El primer ordenador que llegó a casa fue cuando tenía 12 años, una sorpresa que llegó un día cualquiera a una hora inesperada. Hasta entonces, estaba acostumbrada a lidiar con el MS-DOS y disquetes con los que pasaba el tiempo jugando como a aquel juego de Indiana Jones donde descubría el arca perdida.
Con la llegada de ese regalo, empecé a descubrir el Universo de Internet o, al menos, de lo que era entonces: la enciclopedia Encarta en un CD dejando de lado a mis disquetes, las páginas web corporativas llenas de información y los chats abiertos en los que hablabas sin darte cuenta de que ya estabas empezando a dejar un rastro que pronto se convertiría en infinito.
Hoy las cosas han cambiado mucho y parece que ese ordenador que entró en nuestras casas cambió la vida de la mayoría de nosotros. Un mundo que se ha convertido en trabajo y pasión, en el que la capacidad de sorprendernos no se pierde ninguno de los días. Siempre hay algo nuevo por descubrir, donde cada vez más, esos libros de Isaac Asimov están más presentes y las órdenes por voz a nuestro querido robot no distan mucho de la realidad.
Hay muchas razones por las que nos gusta nuestro trabajo, pero muchas otras por las que deberíamos recapacitar. Entre tanto discurso de por qué nuestras empresas deben estar en la red y tanta competencia abrumadora con la prestación de servicios digitales, quizá hayamos perdido el rumbo del verdadero significado de lo que supone vivir en la era digital. Por eso, no viene mal empezar por analizarnos a nosotros mismos, individualmente, si somos los que nos dedicamos a ello, ¿no?
La zona de confort. Llenamos la red de posts diariamente con temáticas repetidas y publicadas entre unos y otros, unas veces con cosas nuevas y muchas otras no. Nos dedicamos al autobombo, publicando nuestro contenido aquí, allí y en el más allá. Avasallamos a nuestros seguidores con publicaciones programadas, seguimos para que nos sigan y si no hay intercambio, nos volvemos atrás como perros enfurecidos. En cierto aspecto, somos auténticos robots de nuestro propio ego, donde buscamos posicionarnos como marca personal, en lugar de como personas.
Y entonces, ¿por qué nos dedicamos a ello?
No se vosotros, pero una de las cosas por las que más me atrae esta faceta virtual que está creciendo sin parar, es la posibilidad de que un mundo de oportunidades abre la puerta de todas las casas. El conocimiento se expande, la tecnología y las herramientas son accesibles para todos sin restricciones. Las plataformas de crowdfunding se ponen al servicio nada más que del mundo entero, para hacer que el sueño de alguien se haga realidad, plataformas como las de Global Impact Challenge de Google se ponen en marcha para sacar adelante proyectos por y para el bien social. Cualquiera, tanto individual como colectivamente, a nivel empresarial, organizacional o social, tiene acceso para potenciar aquello para lo que trabaja.
La oportunidad de pintar muchos lienzos en blanco es infinita pero ante todo, nuestra ambición no debe dejarnos una ceguera incurable. Somos personas y trabajamos para ellas con todo lo que esto implica. Que no se nos olvide que estamos para ayudar a aquellos que lo necesitan y ante tantas abrumadoras novedades tecnológicas, la honestidad debe ser nuestro principal ingrediente.
Autora: Naike Calvo. Comunicación y Marketing Digital. Especializada en Big Data. Apasionada de las posibilidades que nos brinda la red.. Puedes encontrarla en Google Plus y Twitter
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